DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
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El Padre Brown alabó mucho los planos que el Inspector Chase había hecho. Por ellos, y gracias al testimonio de Miss Artemise North, pudieron observar claramente que el autor del segundo disparo, aunque hubiera dudado hacia dónde tirar, al final disparó contra donde estaban las damas.
Según creía el detective Hércule Flambeau aquello dejaba abiertas tres posibilidades: 1ª) que el tirador apuntase a una de las damas y fallara: el problema de esta opción es que abría nuevas preguntas: ¿por qué disparar contra una de las tres damas asistentes al duelo?; 2ª) que el tirador disparase contra Redvill y fallara, lo que igualmente implicaba la pregunta de por qué deseaba herir o matar al viejo anticuario; y 3ª) que el tirador hubiera realizado ese disparo con el propósito de despistar a los duelistas o de interrumpir el duelo, apuntando al árbol de forma premeditada y para evitar herir a ninguna de las personas que estaban en el jardín.
Aquellos razonamientos del gascón le gustaron mucho al Padre Brown y al Inspector Chase, que dieron por bueno que una de esas tres posibilidades era la correcta. Chase sugirió que hasta que no capturasen a Gallagher -el autor, casi con toda probabilidad, de aquel disparo entonces inexplicable- no podrían interrogarle para saber el porqué de su extraño proceder.
Aunque ya era muy tarde (pasaban de las doce y media) y habían decidido no proceder al interrogatorio de la señora Eleanore Woolcott (esta ya se había ido a dormir, con el permiso del Inspector), antes de subir a sus respectivas habitaciones, hablaron unos minutos con Carter, el mayordomo, para averiguar si él sabía algo sobre el misterio del segundo disparo:
-No, queridos caballeros. -respondió, siempre flemático, el mayordomo. -No pude ver a la persona que tiró desde ese cuarto. Yo estaba en la cocina, con las cocineras y una de las chicas del servicio doméstico. Los cuatro oímos con mucha claridad las detonaciones, aunque mejor la segunda, dado que la persona que disparó estaba más cerca de la cocina. Al oír ese disparo pensé que los dos duelistas habrían coincidido pero luego, prestando más atención al sonido, comprendí que solo uno había llegado a disparar. Salí corriendo a ver de dónde venía el otro ruido y entonces llegué al invernadero, desde cuyo ventanal se realizó el disparo. No había nadie pero en esa estancia se notaba mucho el olor... Hmmm, no sabría describirlo. Es ese olor que deja un arma cuando ha sido disparada. Los jardines también se ven desde la cocina y allí estaban todos, menos uno de los invitados. Supe entonces que debió ser Gallagher quien disparó e incluso me pareció verle correr. Al poco, oí el motor de un coche. Fui a la puerta de la entrada principal y vi que el coche del Capitán se alejaba...
-Su testimonio -afirmó el Inspector Chase, escondiendo un bostezo con la mano y tapándose también su bigote de morsa, casi rubio de tanto fumar- me parece definitivo en lo que al segundo disparo se refiere. Parece que Parks no es el único sospechoso importante. Seguimos sin saber por qué y contra quién tiró nuestro amigo el huidizo irlandés, pero es muy posible que mañana le hallamos echado el guante y pueda contárnoslo todo. En fin, amigos. ¡Hasta mañana! Voy a ver a Carruthers. Iré a relevarle a las cuatro o las cinco de la madrugada, ya que él también necesitará dormir. Les veré en el desyuno.
El Inspector Grandison Chase subió al primer piso, habló con el sargento y quedaron en turnarse para vigilar y custodiar al Fiscal. El pobre y sufrido Carruthers, visiblemente somnoliento, le comunicó que el sr. Parks no había salido de su habitación, lo que Chase aprobó. Dicho lo cual, se retiró, no sin antes despedirse de sus amigos, que estaban alojados en el segundo piso.
-¿Qué le parece todo esto, Mon Père? -musitó Flambeau, también cansado.
-Sigo dándole vueltas a la dichosa palabrita. Y también a todas las cosas que hemos ido descubriendo. Le ruego que esta noche permanezca muy atento. El Inspector casi siempre ha enfocado el asunto partiendo de la base de que el asesinado era el objetivo, pero yo creo que hay otras posibilidades, entre ellas son muy sugestivas la de que Parks pudiera ser la víctima y otra que no hemos considerado: la de que el propio Sir Wilfred lo hubiera tramado todo para deshacerse de Parks. Puede parecer descabellada, pero tal vez pudo haber cometido el error de confundir las armas, sellando su destino, o quizá incluso fuera un suicida enloquecido que lo preparara todo para que Paks le asesinara y dejarle cargar con la culpa. Este asunto se vuelva cada vez más y más enrevesado, así que le ruego esté ojo avizor y descanse mucho, que mañana será un día muy duró.
Un reloj carillón que había en el pasillo del segundo piso dio la una. Todo estaba en silencio y aparentemente todos dormían en Woolcott Manor, con la excepción del sargento Carruthers, el cual dio una o dos cabezadas, pero llegó incluso a pellizcarse para evitar caerse dormido de puro cansancio. A las tres de la mañana se oyeron unas pisadas en el segundo piso. Carruthers escuchó cómo alguien bajaba silenciosamente. Sacó su revólver y se puso en pie. Vio cómo una pequeña sombra se acercaba hasta donde él estaba. Por unos instantes, el sargento tuvo miedo a ser agredido por un misterioso atacante. Resultó, en fin, que la sombra no era otra persona que el Padre Brown, el cual iba en bata y, rogando que le disculpase por aquel susto tan intempestivo, le susurró al oficial:
-He estado pensando que, cuando el Inspector Chase venga a relevarle, debe usted sacar al sr. Parks de la casa. Llévelo a Scotland Yard...
-¿Por qué razón, Padre Brown? ¿Quiere decir que por fin lo ha descubierto todo y Parks es el responsable de este embrollo?
-El sargento quedó atónito ante la mirada del cura y ante su extravagante sugerencia.
-No es hora de charla, Carruthers. ¡Háganme caso! Dígale a Chase que me haga el favor de llevarse al Fiscal Parks. Usted mismo puede conducirle a la central del Yard a primera hora de la mañana. He meditado más de media hora sobre todo lo sucedido y he llegado a esa conclusión. Creo que puede dar resultado. Créanme si les digo que podemos salvar una vida, o tal vez dos... Mañana les explicaré el porqué de todo esto, sargento.
Y con estas palabras, el buen curita católico se alejó, subió de nuevo a su dormitorio y, esta vez sí, entró en un plácido y profundo sueño. El sargento Carruthers no daba crédito a la aparición cuasi fantasmal del sacerdote ni mucho menos a las palabras que le había dirigido. Pasó el tiempo, como lágrima que cae irreparable y rápidamente por la mejilla de una doncella, y a eso de las cuatro y media de la mañana, bostezante y somnoliento, salió de entre la oscuridad el Inspector Chase, que descubrió a su ayudante a punto de quedarse dormido:
-¡Atento, Carruthers! Ahora podrá descansar... ¿Alguna novedad? ¿Qué tal se ha portado nuestro amigo Parks?
-Oh, Inspector -musitó el sargento-, el Fiscal muy bien (creo que ha estado durmiendo casi todo el tiempo), pero el que me preocupa es ese cura, ese Padre Brown. Hace más de una hora se presentó aquí, dándome un susto de muerte y rogándome que conduzcamos a Parks a la central de Scotland Yard mañana a primera hora. No me pregunte nada: sólo dijo que con esa acción podríamos salvar una vida, o quizá dos. Personalmente, no entiendo nada pero parecía muy serio al decirlo. No quiso explicarme por qué pide que nos llevemos detenido a Parks. ¿Cree usted que ha dado con la clave del enigma y, al final, ha deducido que este señor es el autor de todo?
El Inspector Chase, aún invadido por el sopor del sueño, se hallaba perplejo y tardó un minuto en responder a su subordinado. Meditó un poco más y, sin pensarlo dos veces, aceptó la sugerencia del sacerdote, ya que pudiera ser que estuviese en lo cierto. Ordenó a Carruthers que se retirara a reposar un poco, pues bien se había ganado aquel descanso, y le dijo que a eso de las ocho u ocho y media volviera a su presencia, dispuesto para sacar a Parks de Woolcott Manor camino de la central de Policía. El sargento, asombrado y medio dormido, no quiso discutir las órdenes del Inspector y le dejó allí, ante la puerta del dormitorio del Fiscal, rezongando y mascullando ciertas palabras que no supo entender y que, si las hubiera comprendido, tal vez no fuera bueno que las reprodujéramos aquí.
A la mañana siguiente despertó un hermoso día. Alboreaba en la lejanía, los pájaros cantaban en su latín matutino y todo parecía en calma y en paz. El rocío cubría el césped de los jardines de Woolcott Manor y una suave brisa azotó los tejados de la mansión, llenando el ambiente de frescura. Huyó la niebla a los abismos de los que había salido y, poco a poco, los moradores de la finca se fueron despertando.
A primera hora de la mañana, sin afeitar y no demasiado arreglado, el buen sargento Carruthers se presentó ante su superior, el cual estaba leyendo y releyendo sus notas, con los ojos vidriosos y enrojecidos. El resto de aquella noche la había pasado dándole vueltas al asunto sin llegar a conclusiones definitivas.
Antes de que despertaran a Parks, apareció de nuevo el Padre Brown, tan fresco como una rosa. A su edad ya no necesitaba muchas horas de sueño. Saludó a los dos oficiales de la Ley y le comentó al Inspector su idea de que el Fiscal fuera trasladado a Scotland Yard.
Fuera porque Chase estaba cansado, fuera por las persuasivas palabras que usó mi amigo Brown, el caso es que accedió plenamente a su petición. Llamaron a la puerta del dormitorio de Parks, el cual la abrió bostezando y embutido en pijama azul. Le comunicaron que iba a ser llevado a la central londinense de la Policía y, aunque oyó a la perfección lo que le dijeron, quiso protestar pero enseguida dio su brazo a torcer, entró de nuevo en su cuarto para vestirse y salió sin rechistar.
-Padre Brown, entiendo el porqué de su insistencia en que llevemos al Fiscal Parks a la Central de Scotland Yard. Creo que usted se ha dado cuenta de su error de ayer al defender al Fiscal, se ha dado por vencido, al fin, y admite la culpabilidad de Parks, o al menos su clarísima implicación en el caso.
-Ni mucho menos, Chase. Usted conoce la verdadera razón por la que creo que Parks debe abandonar la casa cuanto antes... No he tirado la toalla ni me he dado por vencido. Verá usted si yo tenía razón o no. Por cierto, ¿se sabe algo del Capitán Gallagher? Sería bueno, en cambio, que él estuviera en esta casa y compareciera para satisfacer nuestras preguntas, ¿no cree?
-¿Sospecha usted de Gallagher? -dijo Chase, enarcando las cejas.
-Sospecho de su fuga: al huir cometió un error, fruto del nerviosismo y la fatalidad. Su forma de comportarse, su discusión, su actitud infantil y su huida fueron todo acciones precipitadas e irreflexivas, impropias del tipo de criminal que aquí y para este caso estamos buscando, ¿no cree?
-No sé si estamos buscando a uno o dos criminales, aunque me parece que tanto usted, como yo, como el buen Flambeau tenemos cada uno nuestro sospechoso o sospechosos favoritos. En fin, cuando las patrullas que fueron a Croydon y Guildford nos llamen, sabremos si han dado con Gallagher. En cuanto lo detengan, daré orden de que lo traigan a Woolcott Manor...
-Y no olvide una cosa, Inspector -dijo el Padre Brown. -Si alguien cambió la caja con las balas de fogueo por otra con balas reales, esa cajita, la que trajo Parks, debe estar en alguna parte. Tiene usted que registrar los cuartos y las pertenencias de todas las personas que han participado en este drama. Tal vez haya suerte y la encontremos, aunque temo que el criminal haya podido deshacerse de ella...
-¡No dude que la buscaremos, Padre Brown! Si no la han destruido, debe estar por ahí, tal vez en el cuarto de Gallagher, en el de Redvill o en el de la señorita North, o en el de Parks o puede que en cualquier otro sitio. Me veré obligado a pedir una orden de registro. Luego llamaré a Londres...
Así de decidido y contundente se mostró el Inspector Grandison Chase al hablar con el Padre Brown. Como no muy lejos del cuarto de Parks estaban los de Redvill y de la señorita Artemise North, estos dos pudieron oír las voces de los cuatro hombres y no dudaron en salir a ver qué pasaba. Redvill tenía el pelo revuelto. Asomó su delgado cuello de tortuga por la puerta, preguntando al Inspector a que se debía aquella agitación.
Por su parte, la señorita Artemise North, en salto de cama, apareció como si fuera un ángel hermoso e intrépido que acude a saludar al peregrino de una larga caminata. El Inspector les informó de que el Fiscal abandonaría la mansión, con destino a Scotland Yard. Ambos se interesaron por los motivos de aquella decisión tan repentina, pero ni Chase ni Brown, ni mucho menos el sargento, les dieron más información que lo ya comentado.
El Inspector les rogó que volvieran a sus habitaciones y bajasen a desayunar cuando estuvieran listos. Tal vez ese mismo día -según acababa de decir el Padre Brown de forma solemne y sincera- el misterio de Woolcott Manor quedaría resuelto. Ante las palabras del cura con cara de topo, la señorita North puso cara de incredulidad y Henry Redvill torció el gesto, bizqueando de nuevo y con el esbozo de una sonrisa de compromiso. Poco rato después, la periodista y el anticuario bajaron a desayunar.
El sargento Carruthers condujo al Fiscal Parks al coche de la policía en el que el Inspector y sus ayudantes llegaron el día anterior. Parks iba taciturno y con su sempiterno ceño fruncido. No dijo nada a nadie, salvo los saludos que imponen las normas de cortesía y educación. Carter acompañó a los dos a la salida. El Inspector había tenido cuidado de que el Fiscal no tuviera que pasar la vergüenza de verse esposado delante de aquellas personas, algunas de ellas de la alta sociedad. Salieron de la casa, camino del coche y de la ciudad de Londres. Mientras tanto, todos terminaron su desayuno.
El Inspector Chase comentó que esa mañana debían quedar a disposición de la Policía, por si era necesario que les llamase de nuevo a declarar, pero que podían dedicarse a hacer cualquier cosa que gustasen, con tal de que no abandonaran la casa ni se alejasen de ella. Dicho esto, cada uno de los invitados, moradores de la casa y personal del servicio doméstico dio inicio a una actividad diferente: mientras el mayordomo recogía la mesa del desayuno, la señorita Artemise North comenzó a charlar con la joven Loiuse Woolcott; por su parte, el Juez Oliver Thorpe se puso a discutir de política con el anticuario Henry J. Redvill, que apenas le hacía caso, porque estaba enfrascado en la resolución del crucigrama que había dejado sin hacer la noche anterior. La señora Eleanore Woolcott fue a hablar con el Inspector y dijo estar lista para hacer su declaración, mostrándose muy interesada en que aquello terminase y los tres investigadores pusieran algo de luz en el caso de la desafortunada muerte de su esposo.
La señora Woolcott, tras ser acompañada por Flambeau y el Padre Brown, tomó asiento frente a la mesa de despacho en que el Inspector tomaba notas. Aunque en su cabello asomara alguna cana por aquí y por allá, era una mujer que conservaba la mayor parte de su pelo de un color muy oscuro.
Llamaban la atención sus ojos azabache, penetrantes e inquisitivos. Iba muy bien vestida, con lujosos pendientes, un collar de perlas, una pulsera de oro, anillos... Su forma de moverse y su dicción denotaban un cuidado estilo, una distinción y un porte señorial.
A la vista de todos resultaba una mujer segura de sí misma pero debió quedar muy impresionada por la forma en que su marido había pasado a mejor vida. Eleanore parecía una mujer fuerte, al menos eso demostraba su firmeza y aplomo. Al fin, Chase comenzó a interrogarla diciendo:
-Siento mucho la muerte del Magistrado, señora Woolcott. Mi obligación como policía es descubrir quién o quiénes fueron responsables de la muerte de su esposo. Sabemos que quien le disparó fue el sr. Park pero ha quedado demostrado que cualquier persona pudo ser responsable de que en las armas no hubiera balas de fogueo o munición simulada, sino balas reales. Es decir, que Parks puede ser culpable o no (es lo que debemos determinar). Lo que sabemos es que el Fiscal fue la mano que disparó contra su esposo pero eso no quiere decir que él cambiase unas balas por otras o, mejor dicho, que cambiase la caja de madera con las balas que él compró por otra con balas de verdad. Ya sabemos bastante sobre las relaciones que hubo entre su esposo y Parks. No obstante, le agradeceríamos que, para empezar, nos diera su propia visión sobre la amistad de su marido con el Fiscal...
-Le agradezco la expresión de sus sentimientos y su trabajo -comenzó la señora Woolcott, con voz segura y calmada- que no dudo ayudará a resolver la muerte de mi esposo y a capturar al responsable. Ahí creo que podré serle de muy poca utilidad pues, aunque me precio de ser observadora y de estar al tanto de todo, no acierto a adivinar qué persona haya podido urdir un plan para asesinar a mi esposo. Parece que no fue un accidente, según me han dicho. Ni fue un descuido de Parks ni una imprudencia. Bueno, creo que fue una imprudencia de mi marido sugerir ese juego infernal. En última instancia, mi esposo es el responsable de que todo esto haya ocurrido. Nunca me gustó la idea del duelo pero yo le dejaba hacer cuanto quería ya que era muy caprichoso y yo prefería que estuviera a sus anchas. Voy al meollo de su pregunta. Ya saben que Parks y él tuvieron muchas diferencias en el pasado. Creo que mi esposo fue a veces injusto con el Fiscal. Le tenía aprecio, pero cuando aquel pleito por las tierras y la finca de Oxford, en que el Fiscal era persona interesada, mi marido fue demasiado duro. Falló lo que debía fallar, sin duda, pero eso agrió una amistad ya de por sí frágil. Se conocían desde su juventud y, aunque siempre rivalizaron por todo, al fin y al cabo existía el respeto, incluso la admiración, diría. En fin, estuvieron mucho tiempo sin hablarse. Mi marido quería reconciliarse con él porque, pienso yo, se sentía mal por aquella situación. Por eso le alegró mucho que el Fiscal volviera a dirigirle la palabra. Hablaron un día en la Supreme Court y al poco tiempo, hace unos dos meses, mi marido le invitó aquí. Al poco, decidieron muy ilusionados lo de batirse en duelo. El resto ya lo saben...
-El Fiscal llegó el viernes a la casa. ¿Le enseñó a usted la cajita con las balas y que sabemos compró en la Hook's Armory? -preguntó Chase.
-No, a mí no me la enseñó. Sé que a mi marido sí, y tal vez a mi hija. No sabría decirles si la vio alguien más pero... ¿eso es importante?
-De suma importancia -remarcó el Inspector. -Creemos que alguien que ya sabía de antemano las armas y las balas que se iban a usar pudo hacerse con una caja igual a la de Parks y sustituirla aquí, tal vez el viernes o tal vez ayer sábado. Deje eso de nuestra cuenta. ¿Cree usted que Parks fue sincero y se reconcilió de verdad o tramaba una venganza contra su marido?
-Presumo de juzgar bien a los hombres y puedo decirles que, al menos a mí, me pareció sincero, aunque una nunca sabe bien cuándo le están diciendo la verdad o le están mintiendo. Conozco a Parks desde hace años y, aunque pueda ser petulante, presumido o altivo, siempre le he tenido por hombre de palabra, sincero y honorable... No, creo que su deseo de reconciliarse era incluso mayor que el que pudo demostrar mi esposo. En cuanto a si tenía motivos para maquinar una venganza contra Wilfred, pues sí, eso es verdad, aunque yo confío en que él no haya tenido nada que ver en este desgraciado asunto. Ya he visto que se lo han llevado detenido. Bastante mal lo debe estar pasando. Su prestigio como Fiscal quedará muy resentido con todo el caso. He leído la prensa de hoy y el periódico de la señorita North poco menos que insinúa que Parks estaba detrás de todo. Espero que, si se demuestra su inocencia, sean ustedes tan caballerosos como para lavar su buen nombre.
-Usted y su marido llevaban muchos años casados, tienen una hija y han vivido una buena vida -cambió de tema el Inspector. -Su esposo posee una considerable fortuna, tanto en dinero como en arte y en otras propiedades. Permita que le diga que eso es, ya de por sí, un aliciente para cualquiera que caiga en la tentación de cometer un crimen. No quiero insinuar que fuera usted quien lo planeara todo para quedarse con ese cúmulo de tesoros pero reconozca que esa posibilidad existe. Usted dice que no vio la caja de balas que trajo el Fiscal, pero su hija sí la vio, y bien pudieron ponerse de acuerdo. No es descabellado pensar esto y es mi deber barajar todas las opciones posibles. Creo, señora, que usted nada tuvo que ver en el asunto pero eso no la descarta de la lista de sospechosos, al menso todavía. Haga el favor de hablarnos sobre las otras personas invitadas aquí. Empiece por la señorita North...
-La verdad -comenzó Eleanore, sin dejar de mirar al Inspector- es que la señorita North me cae antipática, ¿para qué ocultarlo? Ya sabrán ustedes que ha venido aquí como cronista de sociedad, cosa que detesto. Y sabrán también que mi marido le ha venido prestando mucho dinero... Dinero que no ha devuelto y que no me importa recuperar, una vez que mi esposo ha fallecido. No es que quede saldada su deuda pero yo no se la voy a reclamar ni quiero volver a saber de ella. No sé qué les habrá dicho ella pero Wilfred no solo le prestaba dinero, le prestaba gran parte de tiempo, iba con ella a las casas de apuestas, la llevaba en nuestro coche... En fin, no hay que ser una mujer demasiado lista para darse cuenta de que estaba enamorado de ella, de que la perseguía y buscaba cualquier pretexto para verse con ella. Si están ustedes pensando en si llegaron a tener una relación amorosa les diré que ni lo sé ni me importó nunca. La señorita North no fue la primera ni la única mujer objeto de los galanteos de mi marido. Les extrañará que una señora como yo no se moleste por una actitud como la de su marido, que le dejase tanta libertad y todo eso. Al principio me incomodó que se interesara por mujeres más jóvenes que yo, es cierto y no puedo ocultarlo, pero llegó un momento en que todo me dio igual con tal de proteger a mi hija, de salvaguardar nuestro buen nombre y de olvidarlo todo. Quise a mi Wilfred durante mucho tiempo e iniciar los trámites de divorcio, con todo el escándalo consiguiente, era algo que me repelía. Veo que ya deben estar pensando que yo, además de poder desear el dinero de mi marido, tal vez pude idear toda esta pesadilla, tal vez pude tramar la muerte de Wilfred para vengarme por sus veleidades amorosas y por sus continuos flirteos e infidelidades. Se equivocan si piensan así. Nunca quise saber nada de lo que hacía mi marido, nunca contraté a un detective para que le vigilase, nunca le amenacé con divorciarnos ni romper con muchos años de matrimonio... Lo hice por mi hija, por mí misma, por él. Juzguen ustedes mi dolor y mi actitud como les parezca, pero les digo que yo aún le quería y que sufría mucho al verle degradarse de esa forma, cayendo en las garras de cualquier jovencita alegre, bella y despreocupada. Y esa North fue de las peores, por su incurable manía de los juegos. A Wilfred pude perdonarle todo, con tal de mantener el equilibrio familiar, pero a esas arpías no les debo ni el más mínimo asomo de compasión o comprensión. Creo que me he explicado con claridad y sinceridad. Eso es lo que opino sobre la señorita North.
-Con franqueza -dijo Flambeau-, creo que ha sido usted injusta con ella. Si es verdad lo que dice, nuestra joven amiga nos ha mentido, pero entiendo que lo hiciera. ¿Quién iba a confesar semejante relación y mas estando en esta casa y delante de extraños como nosotros? De todas formas, creo que esto juega en su contra, señora Woolcott, y añade un nuevo motivo al ya citado de tomar los millones de mi buen amigo. No la veo a usted capaz de organizar una venganza pasional de este tipo. Yo de usted callaría, porque en nada le beneficia lo que ha dicho. Por cierto, ¿qué opinaba usted de las relaciones entre su hija y ese irlandés, el Capitán Gallagher?
-A diferencia de Wilfred, yo no veía nada malo en que mi hija se relacionara con quien quisiera. Nunca me opuse a esa relación y mi esposo lo sabía, pero era él quien mandaba. Yo nada podía hacer, salvo animar a mi hija y ser su confidente y amiga. Ella sufría mucho la cerrazón de su padre. Pero, un momento, ¿no creerán ustedes que George Gallagher haya tenido que ver algo en la muerte de Wilfred...?
-¡Eso es lo que opino yo, Madame! -afirmó Flambeau, atusándose el bigote, mientras el Padre Brown observaba el rostro sereno de la señora Eleanore Woolcott, sin dejar de pensar en todo cuanto ella había dicho.
[CONTINUARÁ...]
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