jueves, 19 de enero de 2012

GILBERT K. CHESTERTON: EL CANDOR DEL PADRE BROWN (2)

Continuamos nuestro leve viaje al mundo del Padre Brown, en concreto a su primera (y posiblemente más brillante) remesa de aventuras. En esta ocasión, nos centraremos en las seis primeras historias que componen El candor del Padre Brown y dejaremos para una tercera entrada las seis restantes, así como para una cuarta y final nuestra valoración crítica sobre el libro y el personaje creado por Chesterton

Este libro se compone de doce historias, a cual más aguda, ingeniosa, humorística y sutil. No hace falta que diga que a mí me encantan las doce, aunque sienta especial preferencia por tres o cuatro de ellas. Dejaré para una próxima entrada el apunte razonado acerca de los relatos que más me gustan y vamos, pues, con la breve reseña de las seis iniciales. 

La primera de todas, que abre el libro y fue el primer relato que Gilbert K. Chesterton escribió con el Padre Brown como protagonista, se llama "La cruz azul" (The Blue Cross) y en ella aparece también por vez primera el personaje de Flambeau, el gigantesco francés, ladrón de guante blanco, el cual caerá en las redes del Padre Brown y, con el correr del tiempo, dejará de ser ladrón para convertirse en detective privado y fiel compañero de aventuras del curita inglés. En esta primera y entrañable historia, la narración se centra al principio en el superpolicía Aristide Valentin, que llega a Inglaterra, donde se celebra un Congreso Eucarístico, para proceder a la captura de Flambeau, el sensacional ladrón que ha atemorizado y asombrado a media Europa con sus hazañas. 

La descripción de la persecución a la que Valentin somete a dos sacerdotes, uno de ellos sospechoso de ser Flambeau, un maestro del disfraz, está trufada de ingenio, humorismo y encanto. Pero no es Valentin quien desenmascara al coloso Flambeau, sino el pequeño y en apariencia anodino curita que le acompaña: el Padre Brown, quien custodia un valioso objeto sacro -la cruz azul-, que Flambeau, amante del arte, codicia. 

El Padre Brown logra engañar al experimentado criminal con su astucia y su hondo conocimiento del mal y del alma humana. Ante el asombro de Flambeau, el sacerdote conoce las más horrendas formas del crimen y, tras poner a buen recaudo la preciada reliquia, a salvo de las garras de Flambeau ("siempre hay que salvar la cruz", dirá el curita en el relato), confiesa cómo ha sido capaz de descubrir al impostor: "Atacó usted a la razón; y eso es de mala teología". Chesterton demuestra estar influido por el neotomismo que entonces estaba de moda en algunas universidades inglesas.

El final del cuento representa, como ya señalé, una suerte de alegoría en que el sacerdote es Cristo entre los dos ladrones: el buen ladrón (Flambeau) y el mal ladrón (Valentin). Para entenderla, el lector deberá acudir al propio relato y al siguiente, en que se explica por qué Valentin representa al mal ladrón. Un relato delicioso, lleno de suave humorismo y belleza literaria.

La siguiente aventura se llama "El jardín secreto" (The Secret Garden) y en ella encontramos el primer cadáver al que tendrá que enfrentarse el Padre Brown. Reaparece aquí el personaje del detective oficial, Valentin, quien ha invitado a su casa de París a varias personalidades, entre ellas al millonario estadounidense Julius K. Brayne. No sabemos bien cómo pero el Padre Brown se halla en París, también entre los invitados a la casa de Valentin. 

El hecho de que el curita de Essex aparezca en los lugares más insospechados, allá donde se comete un crimen, aunque a veces en relación con su ministerio sacerdotal, ya llamó en su día la atención de la famosa escritora Agatha Christie, quien no dejó de admirar al personaje chestertoniano. En realidad, que en el lugar de un crimen aparezca como por arte de magia un detective aficionado es casi una convención del género. 

Sea como fuere, en este relato el Padre Brown debe enfrentarse a la misteriosa muerte del sr. Brayne, el cual aparece decapitado en el jardín de la casa de Valentin. Los lectores que no hayan leído estas historias me permitirán que silencie la resolución del enigma, tan sorprendente como ingeniosa, y el inesperado final del cuento. Por último, cabría decir que el hecho de que el asesinado fuera un plutócrata es una constante en Chesterton, quien no disimulaba su aversión hacia los millonarios.

La tercera narración, "Las pisadas misteriosas" (The Queer Feet), transcurre en el Vernon Hotel, donde el selecto club de Los Doce Pescadores Legítimos se congrega para celebrar una de sus reuniones anuales. El relato explica el hecho extraño y singularísimo de que los miembros del club acudan vestidos con un traje verde, en lugar del chaqué negro habitual. 

El Padre Brown se encuentra allí para redactar una carta y, mientras lo hace, metido en un cuarto y casi oculto para que la presencia de un sacerdote papista no llame la atención, escucha unas pisadas anómalas que le llevarán a resolver el misterio de la desaparición de una valiosa cubertería, posesión del club de Pescadores. 

La trama es tan sencilla como encantadora. Y es que, según Chesterton, una de las claves de un buen relato policial, es que parta de un hecho tan sencillo que, por su pura sencillez, cree la confusión y el misterio, pasando inadvertido a todos. A todos, menos al curita detective. El lector no dejará de sorprenderse ante esta ingeniosa historia, la cual esconde también una crítica sobre los convencionalismos sociales y la idea de que a veces es fácil confundir a todo un caballero con un criado, y viceversa.

Esta narración encierra una de las citas más hermosas de Chesterton, que en su día usara el autor inglés Evelyn Waugh, muy influido por Chesterton y que se convirtió al catolicismo en 1930. Parte de la cita figura en su novela Retorno a Brideshead (1945). Consiste en que, refiriéndose a Flambeau, dice el Padre Brown: "Yo lo he pescado con anzuelo invisible y con hilo que nadie ve, y que es lo bastante largo para permitirle errar por los términos del mundo, sin que por eso se liberte". El Padre Brown es, pues, también un 'pescador de hombres'.

La cuarta historia, titulada "Las estrellas errantes" (The Flying Stars), es una de las más bellas y supone la definitiva conversión de Flambeau, de su estado de ladrón y criminal hacia el lado del bien, al que el Padre Brown le reclama. Una de las grandes diferencias del Padre Brown respecto a otros detectives de ficción estriba precisamente en el hecho de que él no se limita a atrapar a un culpable: él busca la salvación de su alma, su conversión al bien, como hace con su amigo Hércule Flambeau. 

Esta narración ("El más hermoso crimen que he conocido", nos dice el propio Flambeau, al inicio del relato) tiene lugar en Nochebuena, momento propicio para esa conversión de la que hablaba antes. "Mi último crimen", comenta un melancólico Flambeau, narrador inicial de esta historia, "fue un crimen de Navidad [...]; un crimen género Charles Dickens". En efecto, en una casa del barrio de Putney, perteneciente al periodista señor Crook, se reúnen amigos y familiares para festejar la Nochebuena. Todo parece ir bien hasta que, sin saber de qué modo, desaparecen los diamantes africanos "Las estrellas errantes", propiedad del magnate Sir Leopold Fischer. Será el Padre Brown quien los recupere, y hará algo más importante: recuperar el alma de Flambeau. Dejo en la oscuridad la forma en que el curita descubre el delito y logra disuadir al criminal de su mala acción.

El relato, lleno de divertidísimos y cómicos momentos, como los de la parodia de la Commedia dell'Arte, contiene una ingeniosa confusión, demuestra la audacia de Flambeau y el poder de persuasión del Padre Brown, al lograr convencerle de que devuelva los diamantes robados y abandone su vida delictiva, antes de que se abisme más y más en el mal. Al final de la narración, las 'estrellas errantes' son estrellas voladoras, tal como figura en el título original.

El quinto relato, "El hombre invisible" (The Invisible Man), de nuevo pone de relieve la agudeza de Chesterton para crear una historia policial que parta de un hecho sencillo hasta el extremo, pero que pasa fácilmente inadvertido para todos. Existen en la sociedad hombres y mujeres 'invisibles': están ahí, pero no los vemos. Esa es la base de esta encantadora y terrible historia.

Es la historia de Laura, del robusto y bizco Welkin y de John Angus, buen amigo de Flambeau, y del pequeño señor Smythe, el cual es asesinado y nadie se explica cómo ha podido entrar y salir de su casa el asesino, máxime teniendo en cuenta que un portero y varias personas estaban en la entrada de la casa. El hecho es que el diminuto sr. Smythe aparece asesinado y serán el Padre Brown y Flambeau (ahora ya flamante detective) a quienes les tocará resolver el enigma.


Esta aventura es destacable por la atmósfera creada por el autor, su poder de descripción y la pintura de personajes entrañables, como Angus y Laura. Se percibe bien cómo el autor inglés era un maestro en la creación de esos ambientes y hasta qué punto se hallaba influido por su amor al arte. De hecho, la idea de que el crimen puede ser considerado como un arte, según Thomas de Quincey, está presente en varias narraciones del libro.


El sexto cuento lleva por título "La honradez de Israel Gow" (The Honour of Israel Gow) y es una de las mejores historias del libro. Conjuga un ambiente de misterio y casi de novela de terror con la historia de un hombre extremadamente honrado. En este relato, el Padre Brown, su amigo Flambeau y el inspector Craven, de Scotland Yard, deben desvelar qué ha ocurrido con el conde de Glengyle, desaparecido sin dejar ni rastro.


El relato alcanza su punto álgido cuando en el cementerio anejo al castillo de Glengyle desentierran el supuesto ataúd del conde y descubren un cuerpo sin cabeza. En ese puzzle sin sentido las sospechas recaen sobre Israel Gow, el anciano criado escocés del conde, quien tal vez le haya asesinado para quedarse con sus riquezas. El Padre Brown, tras una noche entre el miedo y la confusión, descubrirá que Gow es, contra las sospechas de sus amigos, un hombre tan excesivamente honrado que solo tomó lo justo, aquello que le fue prometido por su señor. El cura llega a la conclusión de que Gow es un avaro, sí, pero un avaro justo y honrado.


Como en los relatos anteriores, la atmósfera de misterio está notablemente lograda, si bien en esta narración se añaden elementos no muy lejanos de la novela gótica, como el castillo medieval o el frío cementerio. Es esta una de las mejores historias del Padre Brown y, al igual que en las anteriores, el hecho de partida para el misterio se funda en una idea tan sencilla como brillante.  

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares seleccionaron este relato para su segunda colección de Los mejores cuentos policiales, publicada por Emecé, lo cual dice todo acerca de su calidad y sus virtudes como cuento clásico del género. Estoy convencido de que esta y las otras historias de El candor del Padre Brown harán las delicias de los amantes del género policial e incluso a quienes no les guste disfrutarán con ellas por su altísima calidad literaria y su hondura moral.


Que Dios os bendiga a todos y Nuestra Señora os proteja siempre y en todo lugar. 

Hasta la próxima entrada del blog. Cuidaos mucho, amigos.