lunes, 6 de febrero de 2012

GILBERT K. CHESTERTON: EL CANDOR DEL PADRE BROWN (3)

Proseguimos nuestro viaje al universo del Padre Brown, de la mano de Chesterton. En esta nueva entrega nos ocuparemos de los otros seis relatos que componen El candor del Padre Brown. La última entrada la reservaremos para tratar sobre el estilo del autor, las opiniones acerca del personaje y otros asuntos variados. Lo cierto es que no me cansaría de hablar de este personaje, pues creo que resulta uno de los detectives más originales de toda la narrativa policial.

El séptimo relato es "La forma equívoca" (The Wrong Shape) y en él asistimos a una nueva aventura de Flambeau y el curita de cara de luna. En esta ocasión encontramos a los dos detectives aficionados en la casa del estrafalario poeta y novelista Leonard Quinton, quien aparece asesinado en su habitación, junto a una nota enigmática en la que se puede leer estas lúgubres palabras: "Muero por mi propia mano pero muero asesinado".

En la casa de Quinton solamente están su mujer, un extraño y siniestro criado indio y el Dr. Erskine Harris. ¿Quién habrá asesinado al poeta y por qué? ¿O tal vez se suicidó, como parecía sugerir la nota dejada en su lecho de muerte? Esta aventura rezuma ingenio y demuestra que las formas, sean las de un pequeño papel recortado o sean las de la conducta humana, pueden resultar muy equívocas. 

La maestría de Chesterton estriba en que no se ocupa de dejarnos claras las pistas que conducen al asesino, sino en dejarnos clara la psicología del criminal y sus motivos. Al leer sus cuentos no importa tanto averiguar al autor del hecho como comprender qué le ha motivado a obrar fuera del camino del bien y de la rectitud.

En la octava historia, "Los pecados del príncipe Saradine" (The Sins of Prince Saradine), asistimos a una atmósfera de cuento de hadas, algo que era muy querido por el autor de estas aventuras. De nuevo encontramos a Flambeau y al Padre Brown, esta vez embarcados en un bote, para tomar unos días de asueto cuando, de pronto, surge lo inesperado. Arriban a la Isla Roja y llegan a la Casa Roja, en Norfolk, que es donde reside el príncipe Saradine, que amablemente ha invitado a Flambeau.

Flambeau y Brown asisten a un peculiar duelo entre Stephen Saradine, capitán y príncipe de Saradine, y un tal Antonelli, que desea vengarse del príncipe porque este había asesinado a su padre y robado a su madre. En la Casa Roja, donde viven también Mistress Anthony y Paul, el mayordomo de los hermanos Saradine, tiene lugar el duelo a muerte. Fallece el joven Stephen Saradine y todo podría haber quedado en un simple crimen pasional, en una venganza vulgar de no ser porque el Padre Brown advierte que hay ago más detrás de la oscura historia de los hermanos Saradine.

El lector tendrá que leer esta narración para llegar a saber a qué nos referimos. Baste decir que todo se basa en una sutil estratagema, tan fina como la estocada del más fino esgrimista. La atmósfera de cuento de hadas termina siendo atrozmente desvanecida por las revelaciones del sacerdote, que acaba huyendo despavorido de la isla, junto con su inseparable amigo Flambeau.

En la novena narración, "El martillo de Dios" (The Hammer of God), encontramos al bueno del Padre Brown -esta vez sin Flambeau- en el pueblecito de Bohun Beacon, donde el coronel Norman Bohun aparece asesinado. Alguien le acaba de asestar un formidable martillazo en la cabeza. Todos sospechan de Barnes, el herrero; e incluso sospechan de un tal John, el loco del pueblo. El Padre Brown logra demostrar que ni uno ni otro pudieron cometer el crimen.

En esta historia queda claro que las apariencias engañan y que las personas no son tan transparentes como parecen a simple vista. Hay personas llenas de respetabilidad y de honorabilidad que ocultan instintos asesinos; otras, en cambio, de aspecto más rudo (el herrero) o más lunático (el tonto del pueblo) son tan inocentes como las amapolas del campo.

En esta historia el Padre Brown revela su astucia, no solo al adivinar el nombre del autor del crimen, sino al tratar de que el culpable lo confiese. El asesino pregunta: "¿Cómo sabe usted todo eso? ¿Es usted el diablo?", a lo que el Padre Brown responde: "Soy un hombre; en consecuencia, todos los diablos residen en mi corazón". Una muestra perfecta de a enorme capacidad del curita para resolver crímenes: los averigua porque conoce el corazón humano.

En la décima aventura, titulada "El ojo de Apolo" (The Eye of Apollo), el sacerdote visita las oficinas que Flambeau posee en Westminster. Allí conoce al impresionante Kalón, el jefe de una nueva secta religiosa de adoradores del dios Sol, el cual parece haber embaucado a las hermanas Pauline y Joan Stacey para que le entreguen dinero a fin de sufragar el nuevo credo.

La joven Pauline Stacey aparece muerta en el hueco del ascensor. Todos sospechan de Kalón pero he aquí que cuando la joven cayó por el hueco el profeta de la fe solar se encontraba en el balcón, saludando al dios Sol y, por tanto, no pudo cometer el crimen, como puede atestiguar cualquiera que le viese desde la calle. En este relato el Padre Brown parece que va a ser vencido por el poderoso enemigo representado en Kalón y, sin embargo, logra salir airoso y triunfante de esta aventura.

Es esta una de las mejores narraciones del libro, en la que no importa tanto saber quién o cómo cometió el crimen, sino darse cuenta de hasta qué punto hay maldad en la mente humana como para engañar a un ser bondadoso como la pobre Pauline Stacey y ser capaz de ocultarlo. El relato encierra instantes preciosos, como el alegato de defensa de Kalón y la resolución del caso, por parte del curita, gracias a que advierte que la clave de todo estaba en los ojos de la difunta Pauline Stacey.
La undécima narración, "La muestra de la espada rota" (The Sign of the Broken Sword), es una de las obras maestras no ya solo de esta colección de cuentos sino de toda la narrativa chestertoniana. No en vano, inspiró a Jorge Luis Borges su célebre relato del "Tema del traidor y del héroe". En esta ocasión, el Padre Brown y Flambeau andan vagabundeando en busca de una palabra, una palabra que aclare el misterio de la muerte del general Sir Arthur Saint Clare y de sus compañeros de armas, en especial del capitán Keith, del coronel Clancy y otros. 
Saint Clare había muerto en batalla de forma heroica pero quedaba dudas respecto a su muerte y a la de los otros soldados. El Padre Brown se erige aquí, por primera vez, en narrador de la historia y lo que cuenta, la verdad que descubre, desalentaría a cualquiera que confiase en las palabras 'honor' y 'heroísmo'. Flambeau asisste intrigado a las pesquisas del sacerdote y no acierta a comprender toda a historia hasta la revelación final.
En este cuento se sugiere la idea de que el Padre Brown y Flambeau deambulan por el infierno como si se tratase de Dante y Virgilio, recorriendo el noveno círculo, el de los traidores. Precisamente en la traición está la clave de toda la historia. En la traición y en la falsa imagen que a veces nos creamos acerca de todos aquellos que consideramos héroes cuando no son otra cosa que traidores disfrazados de héroes.

La narración duodécima, "Los tres instrumentos de la muerte" (The Three Tools of Death), que cierra el volumen y pone el broche de oro a la colección de cuentos, plantea un singular enigma. En la casa de Sir Aaron Armstrong, el jovial filántropo y optimista consumado asistimos al drama de la muerte del propio Armstrong y a la tristeza que eso crea en su familia. Aparecen varios personajes sospechosos, como Magnus, el criado, o el joven Patrick Royce... 

La policía está desconcertada. Nadie se explica cómo o por qué alguien ha podido asesinar a un viejecito tan adorable, a un hombre tan alegre y encantador. Nadie se lo explica, excepto el Padre Brown, que descubre la verdad sobre Sir Aaron y sobre su familia, desvelando que aquellos en ciertas ocasiones quienes más parecen afanarse en el bien común ocultan una doble personalidad, triste y mezquina.

Estas son las doce historias que componen El candor del Padre Brown, a cual más bella, sutil, ingeniosa y artística. El agudo lector ya habrá advertido que algunas de ellas me gustan más que otras pero todas me parecen meritorias, muy bien escritas y llenas de temas, personajes e incidentes de indudable interés. Son ya clásicos de la narrativa breve de corte policial y, como tales, pueden leerse una y cien veces y seguir pareciéndonos maravillosas.

Que Dios os bendiga a todos y Nuestra Señora os proteja siempre y en todo lugar. 

Hasta la próxima entrada. Cuidaos mucho, amigos.