miércoles, 13 de febrero de 2013

GRACIAS, BENEDICTO XVI (ELOGIO DE LA HUMILDAD)

Hay quien ha visto en la renuncia del Papa Benedicto XVI un gesto de debilidad, de flaqueza, de cobardía. En mi opinión, es todo lo contrario. Ha sido un gesto de fortaleza, de serenidad, de valentía. Hay que ser muy valiente para hacer lo que ha hecho Joseph Ratzinger.

Podría haber aguantado de forma terca, tozuda y estoica, contra viento y marea, sufriendo sus achaques y sufriendo al verse incapaz de soportar el mucho trabajo y la enorme responsabilidad que conlleva ser el vicario de Cristo en la Tierra.

El Papa ha meditado, pues es hombre reflexivo, de profunda vida interior; ha hablado a su corazón y a su conciencia y ha decidido libremente, de manera responsable y cabal. Ha pensado que lo mejor para la Iglesia católica en los albores del siglo XXI es ceder su puesto a otro pastor.

Los aficionados a las teorías de la conspiración no dejan de ver fantasmas por todas partes. Ya están especulando las más descabelladas explicaciones para la renuncia del papa. No hay que buscarle tres pies al gato. El papa Benedicto XVI se va porque está cansado, porque no se encuentra con fuerzas para afrontar los retos que conlleva guiar la nave de Pedro y desempeñar con todas sus capacidades el ministerio petrino. Nada más, no hay más misterio.

Con todo, los de siempre, los que solo ven a la Iglesia católica como la causante de todos los males del mundo, seguirán insistiendo en sus delirios anticlericales. Allá ellos. A su torpe, falaz y cegata visión de las cosas, se opone, en cambio, la actitud de un hombre humilde, deseoso de servir a los demás, juicioso, sensato y muy humano.

Confieso que me conmovió la noticia, me emocionaron las palabras del santo padre, en especial cuando pedía perdón por sus defectos. Nos ha dado una lección a todos, pues el suyo ha sido un gesto de humildad. Benedicto XVI sabe cuáles son sus fuerzas; sabe hasta dónde puede caminar y sabe que es mejor ser humilde, abandonarse en manos de Dios y confiar en Él.

Nos deja un asombroso e imborrable legado en sus escritos, en sus viajes y en todo su prolongado ministerio pastoral. Creo que ninguna persona, sea creyente o no, cuestionará la inteligencia, el hondo conocimiento de la fe y el amor que Benedicto XVI ha puesto en toda su vida como sacerdote. 

Su pontificado no ha sido un fracaso. No se va derrotado. Su decisión, tan llena de bondad, coraje y sinceridad, le honra. En realidad, su pontificado ha sido un triunfo: el triunfo de la razón y de la fe. Habría sido peor que, contra toda razón y al margen de la fe, hubiera aguantado por aguantar.

En un mundo en el que vemos a tantos potentados aferrarse a los sillones del poder, el gesto del papa Benedicto brilla por sí solo como ejemplo de sabiduría, de mesura, de buen juicio. No, no se ha equivocado el papa. Ha hecho bien, ha hecho lo correcto, lo que su conciencia le dictaba. Y eso es lo mejor que un hombre, sea cual sea su trabajo, puede hacer.

Desde estas modestas y pobres páginas chestertonianas, considero obligado darte las gracias, Benedicto XVI. Porque tu decisión no es signo de cobardía, sino de valor; no es signo de debilidad, sino de fortaleza; no es signo de soberbia, sino de humildad.

Ruego a Dios que bendiga a Benedicto XVI y que bendiga a su sucesor, para que el Espíritu Santo siga guiando la nave de Pedro y se cumpla la voluntad de Dios.

Que Dios os bendiga a todos, amigos, y Nuestra Señora os proteja siempre.