domingo, 3 de julio de 2011

DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS (9) [Dedicado a CAMINANTE]


DUELO POR UNA ANTIGUA NÉMESIS
(9)

El Padre Brown miraba muy entretenido las caras de su amigo Flambeau y del Inspector Chase, los cuales no dejaban de observar y deleitarse con la adorable visión de la bellísima Artemise North, que seguía declarando sobre el triste caso que les ocupaba. Chase tomó la palabra de nuevo y planteó un asunto que no era agradable de por sí, pero estaba obligado a hacerlo, bien que tratase de ser lo más educado y correcto que fuera posible:

-Señorita North, no alcanzo a entender cómo una mujer soltera como usted y que disfruta de cierto dinero, obtenido con su profesión de periodista, se vea en la tesitura de pedirle dinero a nadie. ¿Por qué Sir Wilfred le prestaba esas cantidades, qué motivaba esa extraña relación entre ustedes?

-Bueno, esperaba no tener que decirlo pero, ya que insiste tanto, no me queda más remedio que contarlo todo: verán ustedes, no soy quien para hablar de mis virtudes, aunque sí puedo hablar de mis defectos. Uno de ellos es el enloquecido apego que le tengo al juego, a muchos tipos de juego: apuestas hípicas (por eso mencioné lo de Ascott), juegos de cartas... Me entusiasma apostar, casi a cualquier juego. Y eso ha hecho que pierda mucho dinero, dinero que no gano con mi trabajo (una periodista como yo ha de trabajar muchas horas para obtener al fin un miserable sueldo) y por ello me vi en la necesidad de acudir a Sir Wilfred. Primero fueron pequeñas sumas, préstamos iniciales que le devolví íntegramente; luego me fueron pudiendo mis veleidades con la ruleta, las apuestas hípicas y demás... y allí estuvo Sir Wilfred, galante y al rescate, para sacarme una y otra vez de mi bancarrota y mi ludopatía. Si él albergaba otra contraprestación más allá de nuestra amistad y mutuo afecto, lo ignoro; ya he señalado que nunca se propasó conmigo, aunque fuera consciente de sus coqueteos. Aún le debo mucho dinero, que habré de pagar a su familia. Y antes de que ustedes me reprochen tener un perfecto motivo para maquinar la muerte de Sir Wilfred, les diré que, en efecto, yo lo tenía pero, al tiempo, he de ser rotunda en esto: ni pensé asesinarle nunca ni me alié con nadie para hacerlo. Nunca le deseé mal, ni a él ni a nadie, y sólo lamento haber asistido a su muerte.

-Nadie la ha acusado de nada -afirmó Chase- pero he de reconocer que se me había pasado por la cabeza y que, al igual que el resto de los familiares e invitados de Woolcott Manor, usted está sin duda entre los sospechosos. El caso ha dado un giro inesperado, señorita North. Antes pensábamos que una persona había sustituido el juego de balas de fogueo por un par de balas auténticas. Pero ahora sabemos que alguien cambió la cajita de madera que contenía las balas con la munición simulada por otra caja idéntica con balas reales. Un ardid genial, que implica que casi cualquiera de los sospechosos pudo hacerse con una cajita como la que Parks compró en la Hook's Armory y ponerla en el lugar de la otra, lo que acusaría inmediatamente al Fiscal, cosa que así ha sucedido. Ese alguien es el responsable último del crimen, por más que la mano que acabase con Woolcott fuera la del Fiscal. Aún no sabemos quién robó esa caja de balas reales de la armería del señor Walter Hook; tampoco sabemos cuándo las cambió por la caja comprada por Parks ni si en esta terrible y macabra historia hay implicadas una o dos personas. Usted, señorita North, nos acaba de decir que no se alió con nadie para maquinar el final de Sir Wilfred pero usted, además de motivos y medios, tuvo suficiente tiempo para cambiar las cajas antes de que Woolcott y los demás fueran al salón de juegos a coger las pistolas y las balas...

-¡Se equivoca! -subrayó, firme en su voz, la señorita Artemise North. -En ese momento yo estaba con el anticuario, ese tal Redvill. Si, como usted acaba de sugerir, yo hubiera cambiado esas cajas, tendría que haber sido mucho antes. Y antes de estar con Redvill, anduve con las demás damas, en una muy animada charla. Y aún antes, en la comida. Todo el tiempo estuve siempre junto a alguna otra persona y, por cierto, durante este fin de semana y en lo que llevo de estancia aquí no he pisado la sala de juegos... aunque es cierto que pudiera haber cambiado las cajas ayer viernes.

-Ha dado usted en varios puntos cruciales del caso -intervino el Padre Brown que aún conservaba su bobalicona mirada de miope-, como por ejemplo su coartada, es decir, el rato ese en que usted y Redvill estuvieron juntos. También el hecho de que Parks trajo la cajita de marras el viernes. Eso me lleva a hacerle, con el permiso del Inspector Chase, dos preguntas: Primera, ¿conocía usted a Redvill o era la primera vez que se veían? Y segunda, ¿el señor Parks les enseñó a ustedes la caja de madera con las balas el viernes o la sacó hoy, cuando mostraron las armas y las balas en la sala de juegos?

Artemise North aún miraba con cierto desdén al Padre Brown, pero no puso ni la más leve objeción a sus preguntas, las cuales respondió puntualmente:

-A lo primero que pregunta he de decir que no, que nunca antes había visto al sr. Redvill, aunque sí había oído hablar de él, ya que Sir Wilfred estaba muy orgulloso de su colección de antigüedades y sé que la mayoría de los objetos que la componen los compró en la tienda de ese anticuario. A lo segundo que plantea respondo que yo no he visto las armas, las balas y las cajas que las contenían hasta hoy, aunque no podría decir si el señor Parks le enseñó antes esa cajita de madera a alguien.

-Sabemos por varias declaraciones -intervino Flambeau- que Redvill conocía de antemano el tipo de armas y de balas que iban a usarse en el infortunado duelo de hoy, así que no es impensable que también supiera por el propio Fiscal Parks dónde había adquirido las balas con la munición simulada. Eso excluye totalmente a la señorita North, ¿no creen?

-Bueno, aprecio mucho su deducción, amigo Flambeau -cortó el Inspector Chase, al cual ya no le quedaba ni el más pequeño cigarrillo que llevarse a la boca, con lo que los echaba de menos y eso le ponía nervioso-, pero tal vez sea mejor que dejemos las conclusiones para el final. De momento, he de creer a Miss North, pero eso no la excluye de nada. Ella dice que no conocía a Redvill y el anticuario diría lo mismo pero -y perdóneme, Miss North, por decir lo que voy a decir- ambos podrían estar mintiendo. Al igual que podría haberse conchabado con otra persona, qué sé yo, con el mismo Parks o con Gallagher o... Y estaríamos ante un crimen en complicidad, algo que, por ahora, no debemos descartar. En fin, Miss North, hay muchas más cosas que me gustaría saber de usted y de sus relaciones con Woolcott y las demás personas aquí invitadas, pero ya habrá tiempo de que haga usted una declaración más completa en Scotland Yard. Una cosa, para finalizar. Hemos encontrado un mensaje en un papel. Ahora no viene al caso saber quién lo escribió o por qué. Véalo. Dice “enemiss”. Está claro que es un anagrama y precisamente “enemiss” fueron las últimas palabras de Sir Wilfred antes de morir. ¿Qué puede comentarnos al respecto?

-Le puedo asegurar -dijo la señorita North con tono firme y resuelto- que es la primera vez que veo semejante papel; que, por supuesto, yo no lo he escrito y que no sé quién, cómo o por qué alguien iba a escribir eso. 
 
-Pero alguien lo hizo -enfatizó Chase- y puede que fuera usted. El Padre Brown dice que es letra de hombre, pero redondeada, como suelen hacerla las mujeres. ¿Le importaría dejar aquí una muestra de su escritura?

La señorita North no tuvo el menor inconveniente. Tomó su pluma azul, le quitó la tapa, estampó su firma, no menos hermosa que ella misma, y se la dio al Inspector, el cual se la pasó al clérigo. El Padre Brown se quitó las gafas, cotejó ambas escrituras y, tras unos instantes de meditación, dijo:

-No, Inspector, creo que las caligrafías no coinciden. Ya dije que no soy un experto en el tema, pero me parece que Miss North no escribió esas letras.

El inspector quiso saber algunas cosas más sobre Miss North, acerca de su relación con Parks, con el Juez Thorpe o con el Capitán Gallagher. Dijo que los conocía a todos, pero ese conocimiento le vino dado por la amistad que le unía con Sir Wilfred y su familia. En cierta ocasión entrevistó al Fiscal Parks para el Star, su diario. Al Capitán Gallagher le tenía mucho aprecio, al igual que a Louise Woolcott y a la esposa del Magistrado. 
 
-Antes de que se vaya, ha de aclararnos su testimonio acerca de lo que vio mientras se ejecutaba el duelo. Dijo usted haber visto salir una mano, la mano de un hombre, de uno de los ventanales que dan a los jardines de la mansión, ¿es correcto? Bien. ¿Podría ampliar esa declaración? ¿Cómo supo que era la mano de un hombre y qué ocurrió?

-Con mucho gusto, Inspector, les contaré lo que vi -asintió Artemise-. En efecto, yo estaba sentada junto a la señora Woolcott y su hija Louise. Detrás de nosotras estaba el sr. Redvill, enfrente estaban los padrinos y el Juez Thorpe y, a cada lado, moviéndose a sus posiciones de disparo, los señores Woolcott y Parks. Desde donde estábamos sentadas se podía ver el duelo perfectamente. Al salir al jardín, me extrañó bastante que el Capitán Gallagher no nos acompañara, pero Louise me confió que el Capitán había vuelto a discutir con su padre, ya que este se negó una y otra vez a concederle la mano de su hija. Todos saben que el Capitán es hombre fuerte y muy diestro en el manejo de las armas. Saben también que esta tarde no iba vestido de uniforme, pero llevaba un traje marrón, muy parecido al de algunos militares. No es que yo sea una mujer muy observadora pero, antes de que los duelistas disparasen, volví la cabeza hacia el ventanal porque me pareció que algo se movía allí. Estaba en lo cierto: vi que una mano, la derecha, abría la ventana y sacaba casi todo el brazo fuera, sosteniendo una pistola negra. Era como si la mano dudara hacia dónde tirar... Al principio creí que iba a disparar contra Sir Wilfred, porque me pareció que se movía en esa dirección, pero luego se desvió hacia donde estábamos nosotros. Enseguida oímos el disparo de Parks, cayó Sir Wilfred al suelo, oí a Louise y a su madre gritando y al mismo tiempo la segunda detonación que nos pasó muy cerca. Fueron instantes caóticos, en los que temí que una de nosotras hubiera sido herida... 
 
-Muchas gracias por darnos todos esos detalles. Ahora me queda más claro el asunto del disparo misterioso. Pero no ignore, señorita North -concluyó Chase-, que aún sigue usted bajo el punto de mira policial. Estamos seguros de que usted no realizó ese disparo pero eso no la elimina como sospechosa de tramar la muerte de Woolcott, tal vez en complicidad con alguna otra persona. No se ofenda por lo que acabo de decir. Debo sospechar de todos, aunque respete su presunción de inocencia. En fin, le ruego no abandone la mansión. Tiene mi permiso para retirarse a descansar...

Pasaban las once y media de la noche cuando la señorita North abandonó el salón donde se desarrollaban los interrogatorios. Flambeau acompañó a Miss North a su cuarto, sin dejar de darle ánimos y expresarle disculpas por lo que juzgaba un exceso de rudeza y suspicacia por parte del Inspector. El coloso francés trató de justificar la conducta del Inspector diciéndole a la dama que esas sospechas eran gajes del oficio detectivesco, rogándole que excusara aquella falta de modales. El gascón la llevó hasta su dormitorio, ya que Artemise estaba muy alterada por las palabras de Chase. Enseguida, fue a llamar a Louise Woolcott, tal y como el Inspector le había pedido.

Una niebla fina fue envolviendo la casa al igual que el guante de un ladrón envuelve la joya que va a robar. A pesar de lo tardío de la hora, en Woolcott Manor nadie parecía tener el más leve atisbo de sueño, salvo el Juez Oliver Thorpe, que dormitaba en un columpio del jardín, plácida y silenciosamente dormido, a pesar del frío de aquella gélida noche de febrero. Tuvo que salir el buen mayordomo Carter, tan estirado como siempre, para despertarle y acompañarle a su dormitorio, pues el pobre viejo no sabía ni dónde estaba. En pocos minutos le ayudó a desvestirse, lo acostó y el adorable y sordo Juez quedó en brazos de Morfeo de forma casi instantánea.

Además de Thorpe, ya se hallaban en sus respectivos cuartos el Fiscal Parks, el anticuario Redvill y la periodista Miss North. En todas las demás personas que habitaban la mansión durante aquel desgraciado fin de semana podían verse rostros de miedo y expectación. Parks, presa de la culpa por haber disparado a Sir Wilfred, no podía dormir. Permanecía confinado en su cuarto y era vigilado por el sargento Carruthers, que ordenaba sus informes una y otra vez para no quedarse dormido. Artemise North se metió en la cama, trató de dormir un poco y, aunque le costara mucho dejar de pensar en las agrias palabras que el Inspector Chase le había dirigido, se quedó dormida una media hora después de acostarse. Por su parte, Redvill tampoco lograba dormir e iba de un lado a otro de su cuarto, ora sentándose a leer un libro o a hacer el crucigrama del periódico, ora a mirar por la ventana, viendo cómo la niebla, primero fina y luego cada vez más densa, se iba espesando con el correr del reloj. Ya sólo quedaban por oír las declaraciones de Louise Woolcott, su madre, el mayordomo Carter y... el Capitán George Gallagher, por supuesto, pero del militar aún no se tenía la menor noticia.

Louise Woolcott, que acababa de hacer una llamada de teléfono, reflejaba todavía en su pálida faz la conmoción por lo que había sucedido. Entró en el salón seguida de Flambeau, tomó asiento y aguardó a que la interrogaran. El Inspector Chase hubo de pedirle al gigante francés uno de sus puros, que encendió sin pedir permiso a la joven Louise. Exhaló el humo a sus anchas, miró sus notas (mientras Louise llegaba, el fornido policía había dibujado dos planos, uno de la casa y otro de los jardines) y, dirigiéndose a la pálida Louise, realmente entristecida y enrabietada, preguntó:

-Usted y el Capitán Gallagher se quieren y desean casarse, ¿no es cierto, señorita Woolcott? Bien. Además está el hecho de la discusión que el citado Gallagher y su padre mantuvieron tras la comida y luego su misteriosa y extraña forma de escapar. Creemos que él pudo ser el autor del segundo disparo, el que pasó muy cerca de donde estaban sentadas ustedes. ¿Qué puede decirnos al respecto de todo esto?

Louise guardó silencio unos segundos, respiró fuertemente y, tras pensarlo un poco, sacó fuerzas de flaqueza y respondió:

-Para que puedan ustedes entenderlo todo, he de remontarme un poco al pasado. El Capitán Gallagher y yo nos conocimos aquí mismo, hace tres años más o menos, en una fiesta que dio mi padre. Por aquel entonces mi padre y el sr. Parks, como bien saben, aún guardaban cierta distancia. Parks había sido el abogado de la familia de Gallagher y fue invitado por mi padre a esa fiesta porque quería tratar de reconciliarse con el Fiscal. No logró nada de eso pero, en cuanto que conocí a George... (me permitirán que le llame por su nombre de pila)... bueno, me enamoré de él. Mi padre no se ha enterado de nuestro noviazgo hasta hace cuatro meses, en que me vi en la obligación de revelárselo, cuando me sorprendió leyendo una carta de George. Desde entonces, mi padre se ha opuesto no sólo a nuestra relación amorosa sino también a nuestra boda. Mi padre, al que al principio le caía muy bien el Capitán, luego le despreció y no dejaba de decirme que rompiera con él, ya que juzgaba que no era más que un cazador de fortunas, un pelagatos que no me quería nada y sólo andaba tras los millones de la familia. Si le invitó aquí en esta ocasión fue porque yo le forcé a ello, amenazándole con irme de casa si no accedía a que George viniera. Ya sé que él es un hombre muy temperamental e impulsivo: es su sangre irlandesa, no puede remediarlo. Por ello sé que discutió muy agriamente con mi padre, que casi llegan a las manos y que él se enfadó y no quiso salir a ver el duelo. Me lo dijo minutos antes de que toda esta desgracia comenzara. Pero tienen que creerme si les digo que él no quería matar a nadie...

-¡Luego admite que él fue quien disparó desde la ventana! -bramó Chase.

-Ya sé lo que les ha contado Miss North. Yo no vi quien disparaba desde la ventana y... ¡me parece una temeridad acusar a George Gallagher solo por el hecho de que haya huido de esta casa! 
 
-Pero ¿cómo explica esa huida? Reconózcalo, señorita Woolcott. -terció el bueno de Flambeau. -No tiene sentido seguir protegiendo a su amigo... Es mejor que nos diga toda la verdad. ¿Sabe usted adónde ha podido huir?

-¡No lo sé! -vociferó Louise, histérica- ¡Y aunque lo supiera no lo diría!

-Eso le honra -intervino el Padre Brown, que acababa de encender su vieja pipa de brezo- pero en nada ayuda al sr. Gallagher ni a usted. Conviene que haga caso al amigo Flambeau y nos diga toda la verdad. ¿Fue Gallagher quién realizó ese disparo o no? ¿Por qué cree usted que disparó, contra quién disparaba, si no era contra su padre? ¿Y dónde ha podido ocultarse? 
 
Louise se emocionó y comenzó a llorar desconsoladamente. Había llegado a la convicción de que era mejor decirlo todo, aunque con ello pudiera ser que perjudicara a su amado Gallagher. Se secó los ojos, se sonó la nariz y, rehaciendo su compostura, reveló:

-Su familia, además de sus propiedades en irlanda, posee una modesta casa en Croydon, aunque no creo que él haya ido allá. La verdad, no sé dónde ha podido esconderse, pero es muy probable que haya cogido su automóvil en dirección a Guildford, en Surrey, a casa de su amigo Fred Martinson. Pero tal vez haya ido a otra parte... En cuanto a si fue él quien disparó, bueno, yo no le vi pero es lo más probable. En la casa sólo estaban él, el mayordomo y los otros miembros del servicio doméstico. Él es un excelente tirador, así que, para qué ocultarlo. Sí, parece debió ser él quien disparó... Pero ignoro por qué lo hizo. No creo que quisiera matar a mi padre. Ya se encargó de ello el tal Arthur Parks, esa víbora falsa y mentirosa. A mi padre le odiaba mucha gente. Muchos de los que estaban aquí le odiaban: creo que Parks, a pesar de que diga que se habían reconciliado, le seguía odiando en secreto; y Redvill le guardaba cierta envidia porque mi padre, a instancias del Fiscal Parks, comenzó a sospechar que algunas de las antigüedades que nos vendía eran falsas; y esa señorita North, esa arpía, esa devorahombres, le debía mucho dinero a mi padre... Como verán, cualquiera de ellos tenía motivos de sobra para querer su muerte y ser el criminal que buscan.

Y aquí cesó de hablar, porque Flambeau la interrumpió, diciendo:

-Se olvida usted, querida señorita Woolcott, de usted misma. Sí, usted y el Capitán tenían un motivo muy sólido. Incluso yo diría que dos motivos: por un lado, librándose de su padre podrían tener vía libre para casarse y, por otro, su muerte les acabaría proporcionando una ingente cantidad de dinero y ya sabemos que las herencias, en estos casos, son móviles muy poderosos.

-¡Retire usted lo que acaba de decir, señor Flambuá! -gritó Louise. 
 
-¡Me llamo Flambeau! Disculpe el ímpetu de mis suposiciones pero sólo deseaba hacer ver que ustedes dos también son sospechosos del crimen...

-Bueno, basta ya -tronó el Inspector Chase. -Es muy tarde y ya todos vamos estando cansados. Disculpe a Monsieur Flambeau. Por una vez no he sido yo el suspicaz... Responda a un par de cosas más, señorita Woolcott, y podrá usted irse a descansar: ¿sabe si Gallagher conocía de antemano las armas que se iban a usar en el duelo?

-Por supuesto que sí. Él admira la colección de mi padre. George es todo un entendido en armas de fuego, pero eso no implica que manipulase las armas o las balas para acabar con la vida de mi padre...

-Ahora sabemos que el criminal (o tal vez criminales) sustituyeron la caja que contenía las balas por otra de igual forma, tamaño y materia. ¿Conoce usted o conocía el sr. Gallagher la armería de Walter Hook, en Londres?

-Yo no la conozco y no puedo hablar por George. Es posible que él sí sepa de su existencia, pero no podría asegurarlo. 
 
-¿Vio usted si alguien tocaba la cajita de las balas en algún momento, ya fuera antes o después de la comida?

-No vi la caja de las balas más que en dos ocasiones: cuando me la mostró el sr. Parks, al llegar a Woolcott Manor, y cuando la sacaron para realizar ese estúpido e infortunado juego del duelo. 
 
-Tras la comida usted estuvo con su madre y la señorita North tomando el té y parece que la citada periodista fue luego a charlar y tomar más té con el anticuario Redvill. ¿Dónde estuvo usted antes de que comenzara el duelo?

-Con mi madre. Seguimos hablando. Hablamos de la discusión que George había mantenido con mi padre en el salón de juegos. No pude hablar con George, aunque hice que le llamaran. Tengo la sensación de que él sabía algo, de que él pudo saber algo y tal vez trató de prevenir a mi padre. Eso quizá explique lo del disparo, no lo sé. Estoy muy confundida, muy cansada, totalmente hundida por la muerte de mi padre... Solamente espero que esta pesadilla termine cuanto antes.
Los tres detectives no quisieron molestar más a la señorita Woolcott. Eran conscientes del esfuerzo que había hecho y de que había demostrado (al menos eso parecía) una franqueza y una sinceridad enormes. Chase le dio las gracias y permitió que se fuera a dormir. 
 
Dieron las doce. El Inspector llamó por teléfono a Scotland Yard, para que dos patrullas fueran movilizadas de inmediato: una, con destino a Croydon y la otra, con rumbo a Guildford. Mientras realizaba estas diligencias, acabó su puro y decidió que era demasiado tarde como para que compareciera la señora Eleanore Woolcott. Mañana a primera hora, tras el desayuno, le tomarían una completa declaración, una vez hubieran descansado. 
 
Entre tanto, Flambeau y el Padre Brown estudiaron los planos que Chase había ido dibujando sobre la marcha, para hacerse una idea de la situación en que todos se hallaban cuando ocurrió el crimen y poder comprender qué había detrás de todo aquello. Al curita católico le inquietaba aún la palabrita de “enemiss” y no dejaba de darle vueltas en su cabeza a combinaciones cada vez más absurdas y enrevesadas. Se dio por vencido y se dijo -según pudo revelarme cuando me contó el caso- que el sueño, ese sacramento natural, le ayudaría a despejar la mente y a ver el problema, insoluble para él en ese punto de la investigación, con ojos más despiertos y penetrantes.

[CONTINUARÁ...]